Guadalajara, Jalisco.- No tocó pelo, pero Enrique Ponce revolucionó El Nuevo Progreso de Guadalajara en la tarde de su adiós en tierras tapatías, el maestro valenciano regaló dos faenas de alto calibre que se malograron en la suerte suprema, pero suficiente para sacarlo a hombros del coso, de hecho, la tercera corrida del serial de reapertura fue una colección de faenas de triunfo sin el toque final de fortuna con los aceros.
Ponce se brindó al público, que prácticamente llenó el numerado, con dos actuaciones de alto calibre muy similares, pasándose cada toro con lentitud pasmosa, incluidas las poncinas, temple y armonía en cada muletazo acompañado con el giro de la cintura, estampas sobre el ruedo que lo hicieron figura.
Pero el infortunio llegó con los aceros, a su primero le colocó un eficaz estoconazo que no tuvo efectos inmediatos y recurrió al descabello, a su segundo lo pinchó una y otra vez hasta que dobló con más de media un tanto retrasada.
Visiblemente contrariado, Ponce se retiró en medio de la ovación general, pero la afición no lo dejó ir así nada más, le llamaron al tercio y tras sentido reconocimiento le pidieron que diera la vuelta al ruedo, al final fue apoteósico el momento en que el diestro de Chiva se instala en el centro del albero y admira en todos los rincones de la plaza la desbordante e hilarante entrega a su carrera… y entonces queda enterrado el pasado de desencuentros entre la afición tapatía y Ponce, no de en balde 16 años de ausencia del valenciano en este ruedo, y todos contentos.
Leo Valadez vino a renovar el carnet de consentido, aunque tuvo que recurrir hasta el de regalo, Leo cubre toda la lidia, luce con el capote, con los quites, colocó con sobriedad sus nueve pares de banderillas y con la muleta imprime largueza y profundidad en lo que hace. Pero la espada le jugó en contra.
Su primero termino por transmitir muy poco y lo despachó hasta el descabello, su segundo, que brindó a Ponce, solo ofreció condiciones para pocos instantes por ambos lados, pero fue regateando las embestidas, Leo se puso valeroso y ofreció los muslos como señuelo, pero ni así motivo al toro, con el acero tuvo que seguir a su enemigo por buena parte del ruedo hasta que después de tres pinchazos y un aviso se deshizo del astado.
Con el de regalo, se mantuvo en la línea del fino lucimiento con el capote, colocó banderillas y con la muleta consiguió ligar pases que llegaron al tendido, toda vez que el séptimo del festejo tuvo fuelle para ir y venir por donde Valadez le mostró. Una vez mas la estocada no tuvo efectos inmediatos y despachó al primer descabello, la clientela solicito ruidosamente la oreja que el biombo otorgó.
Arturo Gilio no desentonó y logró dos faenas con momentos de clase y emoción, pero su lote no dobló con la ración de acero y se esfumaron los premios también para el espada de Torreón.